¿Habéis sentido alguna vez la sensación de fracaso absoluto? ¿Que el corazón está a punto de estallar a la vez que el estómago pugna por salirse del cuerpo? ¿Que nadie es más desgraciado que tú en ese momento? ¿Que nadie puede entender cómo sientes que la tierra se abre para enterrarte? Así es como el alma por primera vez comienza a hacerse adulta. Supura una herida difícil de cerrar con el tiempo. Sientes que te han robado, que te han despojado de la felicidad, que la oscuridad te ha encontrado anulando el inmenso brillo anterior descubierto con un beso primerizo. Entonces, comienzas a formar un caparazón hipócrita que no deja ver que sufres con la intensidad de la muerte, que tu vida ya no es vida, que dejaste el aliento en esa ruptura. Y después, cuando el tiempo va pasando, te das cuenta de que no ha pasado, que sigue escondido en la adolescencia.

Lo demás, es el resto de tu vida.